sábado, 27 de julio de 2013

A las once y veinte.


Después de un buen rato bajo mi balcón (la última charla hasta la próxima cita de hoy) entré a oscuras, los primeros objetos los deposité en la entrada, besé al primer chico según entras a la derecha, y acto seguido pisé los coches del scalextric. Algún muñeco del playmobil (vengativo) me devolvió el traspiés clavándome su espada de plástico o su gorra de pirata con parche y barba pintada, tropecé también, al entrar en la cocina en busca de orientación horaria, con una silla abandonada a su suerte, lejos de la mesa, indefensa, originando un estruendo vergonzoso a esas horas de la madrugada. No sé cuántas cosas más aplasté o desplacé, pero de inmediato decidí que no se puede consentir que la casa esté siempre invadida, en todas sus estancias, por juguetes y más juguetes. Dolorida y preocupada por el escandalo originado entre unos pasos y otros, en el baño procedí al lavado de cara y dientes. Eso es sagrado. Y ahí comprobé anonadada como una gota de rimel puede llegar a producir semejantes chorretones negros dignos del más jugoso calamar. Increíble. Después de dejar la piel y la boca impolutos de cualquier huella nocturna, llegó la hora de irse a dormir. (Ja). Entonces recordé el té verde de después de cenar. ¿Cómo puede ser (de nuevo semejante) desvelo por una simple taza de humeante y no azucaro té? Creo que eran las 7 y yo seguía con los ojos como platos y la música en las orejas. ¡Qué bien me lo pasé! Y aunque mi reloj insistía en marcar las once y veinte durante todo la noche, creo que era mucho más tarde. Y es que una juerga de vez en cuando ... no hace daño. 

Un brindis por mis amigas, y un beso. mjo

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