No ha pasado de una noche en su periodo de prácticas esta nueva almohada que en realidad son dos cachos de almohada. No la quiero, no me gusta. Prefiero mi vieja compañera de sueños y desvelos. Esa que confunde el este y el oeste en nuestra cama. Esa a la que no le importa si norte o sur en las noches de verano. Una, larga y entera. Blanda. Blanca. Sin trucos ni formas varias. La de siempre, la de toda la vida. Esta nueva, que ha venido más que invitada, regalada, se va al cuarto de las personas invitadas. A la cama nueva. A la habitación con dos ventanas. Y seguiré buscando, para sustituir a la vieja, que ya está muy vieja, y merece un descanso de tantas cavilaciones, sueños e imaginaciones. Que no ha tenido ni una noche de descanso desde que llegó a nuestras vidas, porque hasta en vacaciones se venía la pobre, hecha un cuatro, en el asiento o en alguna maleta en el maletero. Y es que si ser almohada es una historia, ser mi almohada ... De hecho, mira, una nueva y ni una noche. Suspendida. Soy, en cuanto a reposar la cabeza, las canas y los ronquidos, más que exigente, un bruja. Lo siento. Aire.
Un beso grande y de algodón. mjo
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