Ocurre en ocasiones que una llamada interior nos lleva a comprar algo nuevo que nos haga sentir mejor. Un blusa, unos zapatos, tal vez una chaqueta. En el probador, miramos y remiramos ese cuerpo nuestro, una y otra vez, por delante y por detrás, como si no lo hubiéramos visto nunca antes. Giramos, ponemos caritas, nos estiramos, nos encanta, nos queda fantástico y aún así, ... volvemos a mirar. Por nuestra cabeza empiezan a pasar todas las prendas de nuestro armario, buscando posibles combinaciones: la chaqueta de punto, el pañuelo de cuadros, la falda de tablas. Nuevas opciones de mezcla se abren en nuestra imaginación, y ahora parece que todo quedará mejor, porque ya hemos encontrado la prenda ideal, clave en nuestro fondo de armario, para ir siempre como un pincel que te mueres, y damos gracias a la providencia por haber encontrado por fin la solución a todos nuestros problemas de pasarela Cibeles. Comprobamos la talla (¿para qué, si ya sabemos que nos queda bien?) Comprobamos el precio. (Si estamos en rebajas aquí la satisfacción es total.) Y volvemos a mirarnos al espejo, por si acaso, una vez más.
No sé tú, pero yo, aún así, he dejado la prenda por falta de valentía final. He recordado a última hora que tengo algo muy parecido en casa y que apenas me lo he puesto.
Aún así, me chifla ir de tiendas.
Un beso de saldos y doble etiqueta. mjo
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