A veces ocurre que a una le pasa algo (le duele algo, por ejemplo) y hace la vista gorda. Después ocurre que duele más y ya tiene que confesar el hecho. Inmediatamente llegan las no licenciadas en medicina pero sí en amistad y te aconsejan, con amenazas bien soterradas, que te lo tienes que mirar. Es más, te acusan de dejar que las cosas empeoren por no tomar cartas en el asunto desde el primer momento. Ahí ya te entra una mezcla de miedo y culpa (y también un puntito de vergüenza) que no se te quita hasta que una vez hechas las placas, analíticas o lo que requiera la experta, te dice, mirándote a los ojos, con más cariño que pena: no hay nada significativo, nada.
Entonces piensas, y con razón, que esto es cosa de la edad. Que antes no se notaba el cuerpo (con sus huesos, sus músculos, ..) y ahora te habla cada vez que haces algo un poco fuera de lo normal. Porque digo yo ¿no es extraño que una se rompa la punta de dos dedos de los pies por bailar una noche con una micro-gota de tacón? ¿acaso no es injusto que si el viernes trasnochas por estar con las amigas, el sábado amanezcas con el cuerpo maltrecho y necesites ya de todo el fin de semana para recuperar el sueño? ¿es justo que no puedas correr, jugar o saltar sin temor a un tirón de ligamentos? (Bueno, correr justo yo mucho no he corrido nunca. Más bien nada.) Ay, señor, menos mal que una sabe fingir elegantemente que no hace algunas cosas porque no le apetece y no porque el cuerpo ya no le da.
Un beso de vieja achacosa. mjo
Nota: Como lea esto M.A. me mata el jueves en el rincón.
¡Ay qué bueno Mjo! Hoy me hacía falta reirme.
ResponderEliminarGracias
Fátima