Y se quedó tan pancha. Después de soltarme preciosa frase, sonrió y continuó secando vasos (igual eran copas, no lo recuerdo) Yo, que necesitaba febrilmente que alguien me diera la razón a pies juntillas, que atendiera a mis lamentos, que me ofreciera una solución del tipo ahorcar a alguien o ahogarlo en un pozo grande. No, nada de eso. Me miró a los ojos con una carita muy linda y me dijo: Trabajátelo. Te lo tienes que trabajar. Yo casi la mato. Quería matarla. Y le juré que viviría para decirle esa misma frase el resto de mis días.
*(Estoy exagerando, tú sabes, le doy así tamaño para que quede más gracioso, más circense.)
Y me fui a casa refunfuñando. Necesitaba una ducha fría. Una manzana verde y una agenda negra para apuntar dos nombres.
Pero resultó que llevaba razón. Que el problema era mío. Que tener la razón no es importante. Que las cosas se ven como se quieren ver y no como son en realidad. Y que la vida sin conflictos conlleva una tarea rara pero que la hace muy satisfactoria.
Aquel día hice recuento de las personas que me agarraron de frente para decirme así o de cualquier otra manera ... No son los demás, sos vos. Y ni se imaginan lo agradecida que estoy. De las personas que me dieron la razón ... me acuerdo menos.
Un beso de piscis. mjo
¡Cuánta sabiduría en 5 palabras!
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