jueves, 12 de octubre de 2017

Desde la capital Histórica de Perú


A lo largo de mi vida me han hecho montones de regalos. Muchos de ellos relacionados con la gastronomía, otros muchos con la literatura, otros tantos con la indumentaria (vestidos, zapatos, pañuelos,...) y una gran parte de regalos proceden de viajes que hacen las personas a las que aprecio, y (demostrado queda cada día) me aprecian. 

Tengo imanes en la nevera traídos desde Nueva York o Amsterdan, libretas de Camboya, marca páginas de Venecia, de Praga, tarjetas postales de varios lugares de Europa (escritas desde allí y enviadas a marieta) bolsas de tela con frases de Saramago, incluso un libro suyo dedicado por Pilar del Río. Tengo una manta para caballo argentina, una taza china para el té, acuarelas de Helsinki, pinzas desde Alemania, una torre Eiffel, ... en fin, un montón de bonitos recuerdos.

Y el último en llegar, lo hizo ayer. 

Como una niña antes de salir al patio, estaba, en la puerta, dando saltitos impaciente. Esperaba ansiosa, a que yo dejara de hacer cosas y le prestara atención. En una discreta bolsa, con una goma (que he de sustituir por cuerda) encontré un manojo de lápices que han viajado desde Cuzco hasta mis manos. Lápices de colores hechos con ramas de árbol. Preciosos. Tardé un segundo en darle un montón de besos, un montón de gracias, y en colocarlo (para que puedas verlo) en el escaparate lleno de polvo que tengo. 

Me encantan los regalos, sobre todo, esos que la gente dice: Lo vi..y pensé en ti.

Un beso enorme, agradecido y feliz. mjo

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