Solo me apetece tirarme a leer y parar de hacerlo cuando ya no tenga molestias. Me duele tanto la cabeza que no me atrevo ni a charlar en voz un puntito alta. No hay motivos, si acaso, haber dormido poco o casi nada, estar preocupada por asuntos varios y, por supuesto, eso tan amable que aumenta con los días y que se llama edad. Ay, bendita vejez que me acompaña en las articulaciones, en los cansancios y en las manías. Cuántas tardes de domingo y manta nos quedan juntas. Cuántos libros de sofá, silla o almohada. Cuántas horas de silenciosa amiga la lectura, sin la cual tanta gripe, tanta angina o tantas horas desfallecida, no habrían sido tan hermosas ni tan útiles en mi vida. Le debo a los libros el ocupar con palabras ajenas mis pensamientos en horas bajas y en horas altas. Le agradezco a las novelas las mil vidas que me han contado, los lugares a los que me han llevado y los personajes a los que he amado, odiado u olvidado.
Cuando sea (más) viejita y no me queden chichas para largas caminatas, sólo pido seguir teniendo la suerte de poder leer cada día. De seguir disfrutando (con mis nuevas gafas-lupa) de esa compañía que nunca traiciona y siempre estimulan... alma, corazón y vida.
Un beso desde la orilla de una página amarilla. mjo
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