Antes de empezar el final, antes de acabar con nuestra relación, siento la necesidad de dar por zanjadas algunas cuestiones. Después de hacerlo, sin prisa, voy a la estación. En un banco duro, azul y frío, leo unas páginas hasta que llega el tren. Hoy no voy en autobús, no podría leer, me mareo. Por eso voy en tren. En tren sí puedo leer. He podido siempre. Aún puedo. Tengo frío. Lo noto. Será que llega la hora de la despedida, pienso. Camino rápido, intentando generar algo de calor. No. No lo consigo. Veo una panadería bonita y entro. Una infusión y algo de chocolate. Mano de Santo. Y aquí, ya sí, llega la hora del adiós. El se acabo. El final definitivo.
Ya puedo seguir con mi vida. Ya puedo ir a por los sombreros, los cuadernos, las telas, todo. Ya solo me quedarán los recuerdos de tu paso por mis días, de tus palabras bellas y exactas. De tu sensual manera de colarte en mi cabeza y hacerme tuya.
Después he llegado puntual a todas mis tareas, y unas gotas de lluvia han hecho que parase y pensase en volver a casa. Y en volver a empezar esta tarde. Cuanto antes mejor. No puedo seguir pensando en él. -me repito. ¿O sí puedo?
Un beso de loca sin demasiadas secuelas. mjo
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