Faltaban cinco minutos y nada estaba en su sitio. Miro al cielo, suspiro y proclamo: hoy no se va nadie de aquí. Lo quiero todo (todo, todo) recogido. Sus caritas se giran hacia mí y sus ojos se abren como ventanas al mar. Chillan, corren, se chocan. Solo llevaba diez o quince minutos avisando, lo siento. Todos los viernes pasa lo mismo. (Los miércoles no, los miércoles son diferentes.) Algún día cambiaré los grupos, y a ver qué pasa. Entra el profe de gimnasia, mi aliado. De hecho, yo ocupo el espacio que le pertenece. (A él y otras 5 ó 6 personas. A veces pienso que podríamos hacer una fiesta.) Hoy faltarán a tu clase, digo. Y él asiente con la cabeza escondiendo su sonrisa de profe malo. Aún así, la niña de los ojos rasgados me pide que le haga una felicitación para su cumpleños que es noviembre. Ni más, ni menos. El próximo día, le suplico, y te lo haré con mucho gusto, prometido. El mundo real no forma parte de sus peticiones. Y el valor de una palabra, les suena a charanga pura. Eso sí, por lo que he visto hoy, el próximo viernes, o empiezo media hora antes a avisar a navegantes, o tendré que volver a repetir la estratagía hasta que lo recojan todo (todo, todo) ... a la primera.
Un beso paciente y enamorado al fin y al cabo. mjo