Improductividad total. Calma chicha. Paz. Tranquilidad. Así paso la tarde del día de la madre. En el balcón de la calle Urbano, sintiendo la brisa en mi piel y escuchando canciones que me gusta escuchar. No sé qué hora es. Me tiene sin cuidado. Miro las hojas, se mueven. Y pienso: qué suerte tengo.
Reconozco que a mi seudo-terraza la falta medio metro de ancha para ser perfecta, pero a mí me encanta todo lo que me da. Tardes de música, de libros, de charlas con mi vecino, con la vecina (que ha salido a la ventana a saludarme) tardes de mirar el cielo azul y no cansarme nunca, de sentir el breve rumor de la calle, de nuestros aplausos, de las plantas que crecen y se reproducen (porque dicen que tengo mano verde). Tardes de charlas con helado y meriendas de fruta. Y sobre todo, tardes de querer que todo salga bien, pase lo que pase.
Así paso, sí, (y quiero pasar) estas tardes de primavera, en mi balcón de la
calle Urbano, a la sombra de nuestro hermoso e indestructuble ficus.
Cien veces se habrá caído, volcado, roto, tronchado, malherido y ahí
sigue creciendo, todo descuajeringado, ofreciendo sus verdes hojas al
sol y acompañando mis ratos de brisa, música y felicidad. Sí, porque si
me olvido de eso (ya sabes, del virus, y de lo malo que es) todo lo
demás me parece una maravilla. Un regalo.
Un beso a esa persona con la que hablo todas las noches de todos los días. mjo
Nota: Seguiremos imaginando nuestro puente invisible.
Un beso a esa persona con la que hablo todas las noches de todos los días. mjo
Nota: Seguiremos imaginando nuestro puente invisible.
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