domingo, 3 de mayo de 2020

A la sombra de mi ficus


Improductividad total. Calma chicha. Paz. Tranquilidad. Así paso la tarde del día de la madre. En el balcón de la calle Urbano, sintiendo la brisa en mi piel y escuchando canciones que me gusta escuchar. No sé qué hora es. Me tiene sin cuidado. Miro las hojas, se mueven. Y pienso: qué suerte tengo. 

Reconozco que a mi seudo-terraza la falta medio metro de ancha para ser perfecta, pero a mí me encanta todo lo que me da. Tardes de música, de libros, de charlas con mi vecino, con la vecina (que ha salido a la ventana a saludarme) tardes de mirar el cielo azul y no cansarme nunca, de sentir el breve rumor de la calle, de nuestros aplausos, de las plantas que crecen y se reproducen (porque dicen que tengo mano verde). Tardes de charlas con helado y meriendas de fruta. Y sobre todo, tardes de querer que todo salga bien, pase lo que pase.

Así paso, sí, (y quiero pasar) estas tardes de primavera, en mi balcón de la calle Urbano, a la sombra de nuestro hermoso e indestructuble ficus. Cien veces se habrá caído, volcado, roto, tronchado, malherido y ahí sigue creciendo, todo descuajeringado, ofreciendo sus verdes hojas al sol y acompañando mis ratos de brisa, música y felicidad. Sí, porque si me olvido de eso (ya sabes, del virus, y de lo malo que es) todo lo demás me parece una maravilla. Un regalo.

Un beso a esa persona con la que hablo todas las noches de todos los días. mjo

Nota: Seguiremos imaginando nuestro puente invisible.

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