Ayer fui a la capi. Tenía una cita a las 9 de la mañana. (Pedí esa hora porque pensé que tan temprano estaría todo limpio y recién ordenado, sin mucha gente, ni mucho tráfico.) Mascarilla, tarjeta, bolígrafo en mano, ... fue muy fácil todo. Los dos chicos de seguridad de la entrada, simpáticos, la chica de la gestión de la tarjeta, graciosa. Mola esto de la cita previa. No hay colas. No hay retrasos. Y si haces las cosas correctamente, te tratan como a una reina. Y vamos, correcta correctísima estuve yo. Faltaría más. En primera salida del pueblo no pretendía hacer tonterías. Tal vez en la segunda. La gente, toda, toda la gente que me encontré en mi corto camino (del aparcamiento de Doña Casilda al Gobierno Vasco) llevaba mascarilla. Flores, cuadros, lisas, caseras, de importación,... Yo llevaba la mía de pato. Una blanca que se supone que es buena pero que me queda un poco grande y tengo que darle una vuelta a la cinta elastica de las orejas. Me pinté los labios, la tela no toca la boca. No pasa nada. Imaginate que me para un municipal y me pide que me descubra para identificarme, y yo voy así, toda sosa, sin rojo en la sonrisa. No. Eso sí que no.
Un beso a mis chicas del rincón que siempre se pintan también la boca. mjo
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