Una
historia china habla de un anciano labrador muy pobre que vivía en una aldea. Un
día de verano, un caballo salvaje, descendió de las montañas a buscar comida y
bebida en la aldea. Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del
anciano. Entonces, el hijo del anciano, decidió quedarse con el animal. La
noticia llegó a la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano y a su
hijo. Era una gran suerte que ese caballo salvaje fuera a parar a su establo.
Cuando
los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por este regalo
inesperado, él les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no
entendieron…
Al
día siguiente, el caballo ya saciado, huyó y regresó a las montañas. Cuando los
vecinos del anciano labrador se acercaron a consolar su desgracia, éste les
replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Una
semana después, el caballo regresó de las montañas con una caballada inmensa en
busca de alimento y agua. Yeguas, potros, más de cuarenta ejemplares … ¡Los
vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se había vuelto
rico de la manera más inesperada. Entonces los vecinos felicitaron al labrador
por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena
suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el
anciano no estaba bien de la cabeza.
Al
día siguiente el hijo del labrador intentó domar al caballo, pero al intentarlo
el animal se encabritó y en la caída, el muchacho, se rompió un montón de huesos.
Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No
así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién
sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Días
después, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes en
condiciones de pelear. Cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le
dejaron en su casa, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea
fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena
suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra. A lo
que el padre del chico respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!».
Un beso a mi amiga R. porque ella me contó esta historia. mjo