Mi galería está repleta de fotos de ejercicios y experimentos varios. En mi portátil sobran siempre pestañas abiertas y programas de video, foto o animación al gusto del consumidor. He perdido mi espacio virtual. Mi pendrive ya no es mi pendrive ni tengo ranura donde meterlo. Mis hojas desaparecen, los lápices huyen del sacapuntas y la mesa es un amasijo de cables, deberes y demás enseres.
Compartimos espacio de estudio y de trabajo (sí, todas las personas de esta casa) y muy a menudo tengo la sensación de que vivo en una caja de grillos. Hablamos a la vez, nos pisamos las palabras y comemos entre horas. Una barbarie con firma. Así, poco a poco, dentro de esta locura que me saca una sonrisa contagiosa, van pasando unos días que nada tienen de raros y sí mucho de peculiares. Esto es lo que somos, un batiburrillo de manos y tobillos en el sofá por las noches, un solo bostezo en el paseo mañanero, un jaleo constante de trompetas y canciones que me chifla más que nada en este mundo en el que vivo.
Levanto la voz para pedir orden y concierto, y a veces consigo un poco de atención; pero dura poco, muy poco. Y rápidamente vuelvo a ver todo patas arriba.
Un beso a mis chicos, que hacen de mis días una cosa única. mjo
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