Me pide una amiga que escriba sobre algo que ocurrió hace unos días, el sábado in the night concretamente. Aquí va:
Estábamos otra amiga y yo, en el descanso de algún plato, o tras el postre (no recuerdo bien) mirándonos juiciosas en el espejo de la entrada de su redecorada casa (color chocolate aclarado con blanco para que te hagas una idea) y comentando, agridulcemente, la secuelas del tiempo en nuestro rostro. -Hay mañanas que pienso, Ay, madre, qué cara, así no puedo salir yo a la calle. Luego te arreglas un poco y ya no parece tan grave. -Yo tengo muchas arrugas en los ojos, ¡mira! (decía mi amiga, mientras yo pensaba qué va, tú no tienes ni una. Así, apoyadas en el mueble y mirándonos a través del espejo, estuvimos un rato largo comparando caídas musculares faciales y párpados echados a perder. Tal era nuestra entrega a semejante acto vandálico que no apreciamos el silencio, las bromas soterradas y la grabación a nuestras espaldas. Él, el hombre de rojo, Bruce Willis en su máximo esplendor, teléfono móvil en mano, grababa nuestros gestos y nuestras palabras, nuestras espaldas, y el reflejo de nuestros rostros deformados por esas muecas de pre-ancianas venidas a menos, lastimosas y entrañables. Quedó para la posteridad ese tierno momento arruga.
Un beso de flan de turrón. mjo
Nota: Nos vemos el sábado. Y tal vez también el viernes.
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