La mesa con pegamento, botes de rosa y oro, ramas secas, trozos de periódico, pinceles llenos de pintura hasta la punta, barro seco roto, cartulinas de colores, hojas con manchurrones, colorante rojo en el suelo, negro en el lavabo, azul en mi nariz, ...
Así ha quedado la cosa tras el paso de 19 artistas de pequeña talla (nos faltaba A. porque estaba enferma, sino son 20) al final de la última clase. Paciencia, trapo con agua caliente y dale. ¿Cómo les voy a pedir que lo dejen todo bien recogido si nunca quieren salir? Se acaba la hora, se acaba el tiempo de margen, la música para relajarse, se acaba todo, y siguen, y siguen pintando, cantando, pidiendo, saltando. No quieren que la clase termine, y a mí, claro, el alma se me derrite. Son poco menos que adorables, tiernos y tiernas hasta decir basta, tenaces, valientes, ocurrentes. X. quiere hacer una maqueta de un parque, bendito, con hojas blancas pintadas y recortadas. I, quiere hacer un castillo encantado, A, lo mismo que X, y M e I siempre quieren espadas. De la primera clase ni hablo, son como un huracán que repite mi nombre hasta que levanto la mano y pido un poco de calma. Inagotables.
Apenas les conozco y ya les quiero. Son .. lo mejor, se mire por donde se mire.
Un beso en bata de cuadros. mjo