El miércoles es un día especial. Raro. Curioso. Lleno de ... variaciones.
Veamos: El miércoles ya va apuntando que la semana vuela. Es un día de madrugar (como siempre) y comer temprano. Tan temprano como a las 11:30 h. Yo no puedo hacer eso de comer a las 15:30 h. Me mareo a media mañana. Necesito ir con energía a las clases de mis criaturas, allá por el valle de Arratia. Cuando, después de limpiar pinceles, recoger papeles y convencerles de que son mis artistas del alma, vuelvo a casa, estoy hambrienta de nuevo. (Hoy además, entre la lluvia a cubos y los arboles rotos en la carretera, he llegado algo más tarde.) Y no te vas a poner a comer de nuevo. Glotona. Disimulo con algo de fruta o alguna zanahoria. Ja, no te crees ni de lejos que eso aplaca mi necesidad de masticar y devorar. Decido entonces, para engañar al instinto animal, irme a dar un paseo con buena marcha. Sola. Con música en una oreja (en la otra me gusta recibir el sonido de las urracas). Airosa y saltarina. ¿Vuelvo igual de hambrienta? No. Más. Mucho más. Encima, justo a la hora de la merienda. Pico almendras, tal vez una infusión rica, algo robo o extorsiono al chico de la trompeta. Glotón igual que su amatxu. Nada. Nada es suficiente. Y me pongo a trabajar. Se acabó, no puedo más. ¡Quiero cenar! Y pronto a la cama, que mañana es jueves... y hay que madrugar.
Un beso de pan y mantel. mjo
Nota: Aunque si por algo el miércoles es verdaderamente especial. Espacial con mayúsculas. Es porque viene un chico (cada miércoles y los fines de semana) a ver a su guapa chica. Y yo, siempre le mando un beso.
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