No solo playa

Cada año una excursión, un día libre de sol y palas. Cada viaje a la costa incluye (para al amante de los planos y de los planes) un sitio nuevo (mapa incluido) por descubrir. Y es que, no solo de mar y helados vive el ser humano al llegar el dulce verano. 

Empezamos recorriendo un pueblo íbero, seguimos por un castillo medieval y acabamos visitando una cofradía de pescadores. Todo nos encantó. Debo apuntar que el ánimo en vacaciones se ve siempre acompañado por una especie de sensación de que todo sale bien o muy requetebien y de que conocemos personas extraordinarias y suculentas comidas, espacios preciosos... y no paras de pensar ¡qué bien! (es un curioso fenómeno a analizar con calma, ¿verdad?) 

Y después de todo esto... llegó la guinda, la flor, el perejil, después de una mañana llena de cosas nuevas e interesantes, llegó la visita a la casa de Carlos Barral y Agesta, (sí, el poeta, editor y senador) Una casa que ahora es el Museo Barral y que es de las pocas casas de pescadores que quedan de todas las que hubo en los años en los que la Costa Dorada no era un paraíso para sombrillas. 

Por esas paredes que yo toque con cuidado se han deslizado palabras de escritores como Octavio Paz, García Márquez o Vargas Llosa. Por esas escaleras han subido en algún momento Juan Marsé o Italo Calvino, en ese jardín ha estado también Bryce Echenique ...y otros muchos grandes de la literatura. Y en verdad lo puedo decir (y no fue producto de la jovialidad veraniega) sentimos (los 3) que aquel lugar era muy especial. La brisa marina entraba por el portón y salía por el jardín dejando a su paso una sensación fresca de mar y tranquilidad. Era un lugar para quedarse a vivir, para quedarse sin prisa a charlar sobre los pequeños detalles de esa casa de pescador, habitada de fotografías e ilustraciones, y de antiguos teléfonos donde podías escuchar la voz de Barral explicando por que motivo no llegó a publicar Cien años de soledad. 

Un beso de gracias a la vida. mjo