martes, 10 de abril de 2018

Mimos


Yo no soy muy cocinitas, no. Pero lo intento de corazón. Con tanto cariño hago yo las cosas, que a veces me olvido de que los cuchillos cortan, las ollas pesan o los hornos queman. Y quien dice horno dice parrilla del horno. 

La noche del viernes cantaba yo muy orgullosa por la exquisita cena preparada. Saqué la bandeja con los gruesos guantes de cuadros y lo deposité en la encimera (hasta ahí todo correcto según dictan las normas de la hostelería) fue después, cuando quise acercar un plato, que acerqué el dorso de la mano izquierda a dicha parrilla hornera. Todavía me parece oler a pollo quemado y escuchar el crujido propio de la mejor cervecera de verano.  Socorro, pensé, me he quedado pegada. En mi piel observé una huella calcinada de la extensión de una manifestación de oruga pasionaria en plena (maravillosa) tarde de primavera. No lloré, no grité, metí la mano en una olla de agua fría y agarre el móvil en busca de ayuda, consuelo y charleta. No hallé a quien buscaba y le envié un mensaje. A veces pasa. 

Con los días, la estupenda autopista hacia el cielo de mi dedo pequeño no mejora, crema buena y tapar la herida (consejo profesional) y aquí estoy, contando esto para que mis amigas (las que leen este blog) sepan que (otra vez) estoy un poco lesionada. 

Un beso a todas por estar ahí aún no sabiendo que estáis ahí. mjo

Nota: Hermano, en realidad no ha sido para tanto pero ya sabes que me gusta exagerar.

No hay comentarios: