Suena el despertador a las 8. Es domingo. No entiendo nada. Ay sí, la carrera. Me preparo un zumo y de camino a la puerta veo una mochila. Alguien llegó anoche sin avisar. Duerme, duerme. El punto para las acreditaciones está cerrado, busco tipos con chaleco. Todo resuelto. Fotos de la salida y vuelvo. Llueve, vaya. ¿Dónde quedan aquellos premios Primavera en los que mis amigas y yo estrenábamos ropa y buen tiempo? Vuelvo a casa y me hago una tostada. Qué hambre, por favor, esto de andar si desayunar del todo no es para mí, me mareo. Salgo seguido para cubrir la primera vuelta frente al ayuntamiento. Charlo con un ayudante sobre la imprudencia de algunas personas que atraviesan la calle sin pensar en esas veloces motos. Me cruzo con varios vecinos, madrugadores también que vuelven a casa hasta la siguiente pasada. Ahí ya me preparo la infusión, tengo tiempo. Se me olvidó comprar el pan, salgo de nuevo. Charlo con un periodista amigo y vuelvo a casa. (Qué bueno esto de vivir en el centro) Pinto unas setas venenosas, unas cajas de madera y como el tiempo pasa volando llega la hora de ir a la meta. Unas fotos brazos en alto, otras sonriendo, txapela, trofeo... y se acabo lo que se daba. Comer, siesta, pintar un rato, paseo dominguero y ...
Un beso de bicicleta. mjo
Nota: Igual no ha sido como un domingo cualquiera, pero casi.
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