martes, 27 de febrero de 2018

El homúnculo de Penfield


No hay nada como empezar el día con una dulce loca esquiadora de mechas californianas (ex-Matrix total para más señas) que destroza con sus manitas todos mis nudos y marañas, sin perder ni un segundo su sonrisa linda. Pa´berme matao. Qué daño

¿Qué más puedo pedir después? ¿Un gélido aire que corta el cutis? ¿Un frío día que congela mis pies, mis manos y mis orejas? La chicas parecemos pollitos saliendo del nido. Fíjate. Las cabezas asoman de bufandas gigantes enrolladas al cuello cual soga bien prieta de lanas multicolores. Sólo se ve la punta de la nariz y los ojos. A veces, la punta de la nariz tampoco se ve. Sólo se intuye. (En mi caso, se intuye más que en otros casos. Claro. Cuestión de personalidad.) Bueno, pero no era éste el tema. Escribía yo sobre mi bella torturadora, sí. Nuestra relación no tiene nombre (me maltrata y yo sigo acudiendo, exigencias del guión) y no la describo aquí (la relación) porque llevaría a desengaños que no merecen. 

Hoy, para darle más emoción a la cosa, me ha presentado a un hombre: El homúnculo de Penfield. Todo sensibilidad. 

Un beso de cables, peces y montañas. mjo

Nota: A X. le ha encantado, sobre todo el nombre. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, a mi también me encanta el nombre
Un beso para X y para tí
Fátima