lunes, 6 de noviembre de 2023

Más largo de lo habitual, pero merece la pena.

Un experimento social.  La píldora de Leila Guerriero para la SER.

Le di a un grupo de periodistas, participantes de un taller que dicto, una consigna: pasar tres o cuatro días sin redes sociales y escribir sobre esa experiencia. No podían usar las propias ni mirar las ajenas. Debían sumergirse en un semidesierto digital (semidesierto fértil, hay que decir, puesto que por fuera de las redes existen muchas cosas). Primero pregunté quiénes podían hacerlo sin poner en riesgo sus empleos. En el grupo que quedó, muy chico, hubo pocos voluntarios. Las personas ya no recuerdan cómo era el mundo antes de las redes, la forma en que todo llegaba a través de los diarios, la televisión, los comentarios de amigos y conocidos. Es raro haber perdido la memoria de los modos del pasado reciente, como si todos olvidáramos, de pronto, de qué manera se encendía la luz. Varios tuvieron que quitar las aplicaciones del teléfono para abstenerse porque los dedos se les iban solos. Casi todos se vieron inmersos en la sensación de estar perdiéndose cosas y se enfrentaron a la amenaza espectral de ser olvidados. Algunos, al leer el diario on line por primera vez en mucho tiempo, sintieron el vértigo que produce regresar a un sitio antiquísimo, digamos, la habitación de la adolescencia o el colegio primario. Hubo quienes suplantaron el tiempo invertido en las redes con la lectura o la música, pero aún así no eran textos felices. Operaban con diversos niveles de angustia y desasosiego, con el desconcierto y la inquietud de quien se dice: “¿En qué momento me convertí en esto?”. En salas de espera o durante viajes en transporte público, se sintieron aterrados por el aburrimiento, vivieron un pequeño infierno blanco mirando el paisaje o escuchando la respiración febril de un consultorio médico. Una de las participantes, al preguntarse acerca de su alto consumo de Instagram, escribió una frase devastadora: “Intuyo algo: sólo con mi vida no me alcanza”. Otra fantaseó con matar a su “yo digital” y escribió: “Todo eso que por años he puesto en la red, que no soy yo pero que es una representación de mí, una versión autorizada de mí, vaciada de mí misma”. Los textos, además de una tristeza larvada, exudaban la idea de que había sido necesaria una gran dosis de coraje y entereza para no sucumbir a los cuestionamientos del entorno: por qué no etiquetaste mi foto, por qué no compartiste mi artículo. El coraje y la entereza solían ser necesarios para otras cosas: internarse en la selva, lanzarse a la estratosfera o, más recientemente, subirse a una patera con posibilidades de terminar muerto. Muchas veces me preguntan por qué no tengo redes sociales. Creo que no hacen falta explicaciones.

Buenos Aires.

Un beso de fan total. mjo

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