Quererla era la cosa más sencilla del mundo. Y también dejarse mirar con sus ojos azules. Oír su voz y envidiar su siempre sincera sonrisa ... era el pan de cada día. Esperar sus atenciones, sus mimos, su cariño. Un montón de cariño.
Tenía el pelo tan blanco como la blanca marca que pintaba en la caparazón a sus tres longevas tortugas. Las pintaba, contaba, para poder verlas entre tanta planta. Su patio era como un jardín botánico y su sala un lugar abierto día y noche para familia y amigas. La Farrapa entera tenía que quererla, no me cabe duda. Y ahora la Farrapa entera tendrá que llorarla. Tampoco me cabe duda.
Yo conservo una foto en blanco y negro que le tomé un verano. Se la ve sonriendo, como siempre, con su bata de flores, trajinando entre sus cosas, charlando, bromeando. Y conservo el orégano que ella me regaló. Todo los días lo veo. Todos lo días me acuerdo de ella.
Un beso al aire. Espero que te llegue. mjo
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