domingo, 6 de marzo de 2016

Vaya casa


Mientras yo recorto lágrimas y él prepara una buena cantidad de infusión de tomillo con limón, una legión de forajidos, soldados medievales cojos y vikingos de cantera, toman las llanuras que van de la televisión al sofá, eliminando así cualquier posibilidad de sentirse con tentación de tirarse a lo largo y ancho. En esta casa la caja tonta va a durar muchos años. Y no morirá de cansancio precisamente. Después de los juegos, pedirá ir al cine, yo encenderé el ordenador. Tengo que escribir algunas cosas. (Me gusta estar en casa, tanto como me gusta estar en la calle. Todo depende de la situación y de la hora.) Después seleccionaré unas fotos. (Ahí debo poner cuidado. A veces me pierdo y no me encuentran hasta la hora de la cena.) Y si es posible, pintaré de blanco un despertador que finge ser antiguo, dibujaré alguna viñeta y dejaré terminada la tarea de la plancha para empezar bien la semana. No le pido más al domingo. Y creo que ya le pido bastante. Aún así me tiene que sobrar tiempo para jugar a las películas, al trivial, y leer Mortadelo y Filemón con una buena entonación. Lo mejor es cuando se queda alguien sin dientes. O cuando se tragan un tubo bien grande. Media hora me reservo para besos y cosquillas. Y otra media para pensar que, pase lo que pase, voy a dar siempre las gracias.

Un beso de de rotuladores de colores. mjo

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