sábado, 2 de julio de 2011

Yo y mi cabeza. Crisis.

Y no me refiero al cerebro, sino al pelo. No sé que voy a hacer con él. Si lo llevo largo, lo quiero corto. Y se me lo corto, lo quiero largo. Soy la eterna indecisa. Y por supuesto, como lo tengo liso (o semi liso) nada me encantaría más que tenerlo rizado. No algo tan rizado como una escarola, pero sí algo parecido a esas melenas de bucles gordos que se mueven con el viento y van dando pequeños botes cuando tu caminas. Ya sabes. Rizos.

Y luego, otro problema, las peluquerías. ¿Que les he hecho yo, que siempre me dejan tan rara? Si yo no quiero que se me note mucho. Si yo no quiero ser otra. Sólo quiero ser yo pero un poco más guapa. Pues no hay manera. Entro como marijo y luego salgo que parezco otra. Y todo el mundo lo nota y yo no me reconozco en los escaparates o en los espejos. Y me digo: la última. La próxima, me rapó el pelo. Más sencillo, más cómodo y más barato. Pero tengo un amigo que no me deja. "Para verano, melena" y así llevamos ya dos años. No puedo. En cuanto el pelo crece parezco una bombilla. ¿Y esas canas? me preguntan ¿Qué pasa con las canas? Eso no. Aviso, yo no me tiño.

Un beso a todas las mujeres que se lavan el pelo después de ir a la peluquería. mjo

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