lunes, 2 de marzo de 2020

Un día cualquiera


Suena a las 7, incansable, pretencioso, insultante. Me caígo de sueño y aún así le obedezco. Oigo una lluvia feroz y ráfagas de viento salvaje. Solo faltan Zeus y Neptuno en mi ventana. Por favor, qué día de perros. 

El desayuno, las prisas, todo listo. Salimos a la carrera. Cada miembro de la familia en una dirección. Suerte. Esta tarde nos vemos de nuevo. Hoy me toca Derio y un muñeco gigante y malhumorado. Pido sopas al bendito GP´s. Por si me pierdo. Que es algo que me suele ocurrir bastante a menudo. No me averguenzo. 

Llego sobrada, aprovecho para contestar unos mensajes y entro triunfal en el taller de trabajos creativos. Madre mía, cuánta peña. Uno corta, otro clava, otros ... hacen otras cosas. No conozco a nadie y nadie me conoce a mí. Solo el jefe. Él manda, y yo obedezco. Entre bromas y pruebas varias se nos va la mañana. Qué hambre, pienso. Se me acaba la energía justo a tiempo de las palabras mágicas. ¡Lo tenemos! ¡Bravo! Y un rayo de sol entra por la ventana, ilumina mi cabello y todos los prensentes empiezan a cantar y a bailar como en esas películas en las que cantan y bailan. Me suben sobre una grúa y yo arrojo flores de colores por encima de las sierras y los tablones. (Ay, madre, estoy peor de lo que pensaba. Necesito un poco de agua.)

Me voy pitando pero sin correr (le oígo en mi cabeza: las ruedas son nuevas, recuerda). Y la carretera no está para malabares, que un despiste bobo y ... ya sabes. Llego a un centro comercial, donde compro cosas para una casa que no es la mía. Es lo que tiene este trabajo mío, tan plural. En la caja me percato de que una señora jóven se lleva en el carro un artículo que no ha declarado. Me sonrojo de parte de ella. La presunta parece tensa. Pero aún así, ... se lo lleva. Se lo digo bajito a la cajera y nos echamos unas risas. Si fuera un sofá, todavía, pero por un utensilio de cocina no merece la pena. Hay que ser cutre, pienso inevitablemente, arriesgar tu imagen por un pelapapatatas de acero inoxidable. 

La vuelta a casa la hago sonriéndole a la radio. El tema es: (como no) el coronavirus y un chiste muy gracioso en el que un virus de gripe normal le dice a un covid-19: Disfruta hijo, pero que no se te suba a la cabeza. Me troncho. Hay dos corrientes, explica una chica muy maja, las temorosas de una pendemia y los que hacen chistes sobre la cosa. Me inclino a pensar que lo que ha de ser, será. Mejor reirnos mientras tanto. 

La llegada es graciosa, tengo que hacer cinco viajes para vaciar la furgoneta, y cuando ya estoy dispuesta a irme a aparcar a un kilomentro y medio, un señor, con gorro de caza y andares de aitite majo, me indica que se va, que deja hueco, y yo le arrojo flores (no, no) le doy las gracias y me voy feliz pensando en la ensalada con remolacha que me voy a preparar en casa. Por fin, un poco de comida. Gracias.

Y antes de poner el aceite en la ensalada, suena el timbre (viene sin llaves) y sí, trae una colección de deberes y cosas para estudiar que me río yo de ese secreto deseo mío de descansar por un momento. 

Y quedan horas, sí, pero intuyo que no van a ser para tocarme la barriga. 

Un beso de bailarina de Bollywood. mjo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y qué decías que desayunas? R

marieta soul dijo...

Normalmente fruta, pan con algo (según existencias) y una infusión sin teína. ¿O era una pregunta con trampa?

Un beso a la chica que me ofrece especias en lugar de hierbas. mjo

Nota: Lo confieso, a veces también robo alguna galleta de espelta.