sábado, 1 de noviembre de 2014

Y lo hice.


Claro que lo hice. Aún sabiendo que pocas personas se atreverían a la tontería de disfrazarse, aún así, yo, lo hice. Mi nulo sentido del ridículo quedó (una vez más) aireado a los cuatro vientos. "Lo que digan los demás de mí, no es de mi incumbencia" -decían Les Luthiers. (Me encanta esa frase)

No había nadie de Jalogüin, es cierto, excepto los camareros del bar donde cenamos. Qué casualidad. También eran zombis. Ellos habían muerto a tiros, yo posiblemente, de un infarto. Vaya semana llevo. No os la cuento. No. Que es de terror.

El caso es que hay una promesa. Y quiero dejar aquí constancia. En carnaval se disfraza mi cuadrilla. Increíble pero cierto. Unas condiciones de las féminas: (sector más reticente al hecho de no ir monísimas de la muerte las 24 horas del día) ... que sea algo abrigado, que en carnaval siempre te pelas de frío, y que no se nos reconozca. Y yo pongo otra condición: que la elaboración sea casera, que es una parte divertida de esto de convertirse en otra persona (o cosa). 

Ayer triunfó mi cartel de cartón donde podía leerse: "Se lo prometí a los chicos." Y aunque el Hombre-lobo diga que es curarme en salud, y que parecía una sin techo-sin donsimon, yo digo ... nos vemos en febrero, forastero. 

Un beso con restos de pintura azul. mjo

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